Cada día lo tenía más
claro. Había nacido para eso: llevar la poesía a todos los rincones, a ateneos,
a bares, a bibliotecas... Quería hacer sentir ese pellizco en el estómago que
se vuelve adictivo y que hace desear más poesía. Y más y más y más.
Así que la decisión no
fue tan difícil como podría parecer. Sacó todos sus ahorros, buscó un local, un
buen equipo, un diseñador lleno de magia, poetas irreverentes que nunca habrían
salido de un cajón... y se lanzó. Pero no, no se lanzó al vacío. Dejó un
pequeño colchón de quince mil euros invertido en un producto de los “seguros”,
no en esas malditas preferentes. Un producto a diez años, intocable, de los que
ya habían pasado cuatro.
Una mañana, el
director de la oficina bancaria donde tenía sus ahorros, le comunicó la
noticia. Ella escuchaba incrédula, “decreto ley”, “ayer”, “órdenes de Bruselas”,
“no se puede hacer nada”... Sintió que los ojos se llenaban de sal y no supo si
era tristeza o ira. Preguntó como pudo. “Sí, un 33% lo quitan directamente; el
otro 66% se convertirá en acciones”. ¿En acciones? Ella no quería acciones de una
empresa en quiebra. Quería su dinero. SU dinero. Que ya no existía. Que ya no
era su dinero.
Salió del banco
confundida, mareada. Caminó sin saber, sin ver...hasta que vio.
Ya no le podían quitar
nada. Todo era suyo. La fuerza. La ilusión. Su gente.
La vida.
La vida.
Podía volar libre. Ya
no había red.